Hace algo más de seis años, buscaba una autoescuela donde sacarme el carnet de conducir. Dada la inexistente diferencia de precios en mi zona (10 euros de diferencia con 30 clases), elegí la mía por el color verde de los ojos de la chica de recepción. Ese fue el motivo por el que escogí esa y no otra (y la cercanía al tren).
Mi profesor, José Luis, fue uno de los principales responsables de que hoy día conduzca como lo hago ahora, le agradezco mucho que se esforzase tanto en que aprendiese y asimilase los conocimientos, no me sentí como un alumno más. Creo que aprobé después de 30 clases, y casi todo lo que aprendí entonces, aún lo recuerdo.
Esto viene a cuento de un problema que tienen casi todos los conductores, y no me excluyo: la amnesia selectiva. A cambiar de marchas nadie se olvida (a menos que no coja un coche durante años), pero hay otras cosas que con el tiempo vamos relajando, olvidando, omitiendo… depende de la persona.
En un comentario de Motorpasión, en relación al nuevo super-radar que multa por múltiples motivos objetivamente, el usuario en cuestión bramó contra las autoescuelas y la falta de educación vial. ¿Acaso en la autoescuela no enseñan qué se puede y qué no se puede hacer? ¿No se lo enseñaron o no lo asimiló?
El principal problema de la educación vial en nuestro país, y en muchos otros, es que cuando se aprende a conducir se busca el mínimo coste posible, pasar el trámite rápido y tener el carnet cuanto antes. El factor “calidad de aprendizaje” se queda en segundo o tercer plano, casi siempre.
Mi profesor insistía en que había gente que aprobaba con solo ocho clases, pero eso no le hacía mejor conductor que el que aprobaba con 50 clases. El factor suerte también está muy presente en los exámenes, eso lo sabemos todos. Una conducción impecable puede irse al traste por un peatón despistado o porque otro conductor “nos la líe”.
Volviendo al tema principal, si un día nos da por coger un libro de autoescuela actualizado, veremos que, siguiendo sus instrucciones, la probabilidad de ser multados pasa a ser residual, casi inexistente, o nula. El problema es cuando nos pasamos el libro por el arco del triúnfo, y luego vienen las lamentaciones.
Hay autoescuelas mejores y peores. Uno de mis amigos me comentó que su profesor le dejaba ir a 150 km/h en la segunda clase, y que su profesor más de una vez iba algo bebido, o le utilizaba para hacer recados. No digo que no sea posible, casos hay, para qué mentiros.
Sin embargo, tengo la convicción de que en las autoescuelas, por norma general, enseñan, pero claro, el alumno también debe colaborar. ¿Cómo podemos explicarnos que haya noveles dando positivo en alcoholemia, sin cinturón en ciudad, adelantándonos cuando nuestra aguja marca 140 y cosas así?
Lo más probable es que todo eso se les dijo en su momento que no se podía hacer, y mientras estuvo el examinador en el asiento de atrás, ejecutaron con maestría su papel de niño bueno y obediente. Una vez estuvo en posesión del “rosa” o la tarjeta… pues a hacer puñetas, hablando mal y pronto.
El hecho de que haya un sistema represor y sancionador se debe a una única causa: hay conductores infractores. Si no hubiese excesos de velocidad, no se instalarían radares, sería tirar el dinero del contribuyente. Tampoco tendría sentido poner controles de alcoholemia si nadie da positivo, como a la salida de una embotelladora de agua mineral.
Los conductores somos los únicos responsables de que exista una persecución por parte de las autoridades, y esta persecución se ha hecho más patente según se han querido mejorar las escandalosas y vergonzantes cifras de accidentes de tráfico, heridos graves o muertos, así como todos los daños colaterales.
Unos dicen que es recaudación. Sin hecho infractor no hay sanción, sin sanción no hay recaudación. Lógica pura, pero no tenida en cuenta. Nos quejamos de que no hay educación vial, pero ¿nos la dieron y pasamos de ella, o en cambio nunca nos la han dado? Es que son conceptos diametralmente distintos.
Si todos pusiésemos en práctica lo aprendido en la autoescuela, apenas habría accidentes de tráfico, a nadie le multarían, pagaríamos seguros bajísimos, bajaría la contaminación, llegaríamos antes a nuestro destino y se podrían destinar recursos policiales a usos más útiles para la sociedad.
Ahora bien, tenemos lo que tenemos… porque somos como somos. A lo largo de nuestra vida hemos tenido, tenemos y tendremos gente que se esforzará en enseñarnos algo o perfeccionar nuestra técnica o conocimientos. Todo eso no servirá de nada si no queremos aprender. Luego en el futuro no busquemos culpables si el culpable somos nosotros mismos.
Muchas veces he leído en foros de Internet, conversaciones y demás que un día nos tendríamos que poner de acuerdo todo, cumplir las normas de tráfico y “joderles la recaudación”. Vale, os tomo la palabra, empezad cuando queráis, ¡¡estamos esperando!! Pero una vez lo hagáis, hacedlo a diario.
Saldríamos benefiados todos. Sería un necio si no admitiese que hay normas que cuesta respetar más que otras, como las de obras (sin nadie trabajando en ellas), los límites específicos de velocidad o el ámbar de los semáforos. Pero es que deberíamos cumplirlas todas, todos y todo el tiempo.
El conductor español es un especialista en culpar a otros. Todos nuestros problemas son siempre culpa de los demás, y son únicamente los demás los que sufren los accidentes, entorpecen el tráfico y encarecen el seguro. Muchos de nuestros problemas tienen un responsable, para hallarlo, hay que situarse delante de un espejo.
No culpo a mi autoescuela de ninguna de mis carencias como conductor, sería injusto.
Hace algo más de seis años, buscaba una autoescuela donde sacarme el carnet de conducir. Dada la inexistente diferencia de precios en mi zona (10 euros de diferencia con 30 clases), elegí la mía por el color verde de los ojos de la chica de recepción. Ese fue el motivo por el que escogí esa y no otra (y la cercanía al tren).
Mi profesor, José Luis, fue uno de los principales responsables de que hoy día conduzca como lo hago ahora, le agradezco mucho que se esforzase tanto en que aprendiese y asimilase los conocimientos, no me sentí como un alumno más. Creo que aprobé después de 30 clases, y casi todo lo que aprendí entonces, aún lo recuerdo.
Esto viene a cuento de un problema que tienen casi todos los conductores, y no me excluyo: la amnesia selectiva. A cambiar de marchas nadie se olvida (a menos que no coja un coche durante años), pero hay otras cosas que con el tiempo vamos relajando, olvidando, omitiendo… depende de la persona.
En un comentario de Motorpasión, en relación al nuevo super-radar que multa por múltiples motivos objetivamente, el usuario en cuestión bramó contra las autoescuelas y la falta de educación vial. ¿Acaso en la autoescuela no enseñan qué se puede y qué no se puede hacer? ¿No se lo enseñaron o no lo asimiló?
El principal problema de la educación vial en nuestro país, y en muchos otros, es que cuando se aprende a conducir se busca el mínimo coste posible, pasar el trámite rápido y tener el carnet cuanto antes. El factor “calidad de aprendizaje” se queda en segundo o tercer plano, casi siempre.
Mi profesor insistía en que había gente que aprobaba con solo ocho clases, pero eso no le hacía mejor conductor que el que aprobaba con 50 clases. El factor suerte también está muy presente en los exámenes, eso lo sabemos todos. Una conducción impecable puede irse al traste por un peatón despistado o porque otro conductor “nos la líe”.
Volviendo al tema principal, si un día nos da por coger un libro de autoescuela actualizado, veremos que, siguiendo sus instrucciones, la probabilidad de ser multados pasa a ser residual, casi inexistente, o nula. El problema es cuando nos pasamos el libro por el arco del triúnfo, y luego vienen las lamentaciones.
Hay autoescuelas mejores y peores. Uno de mis amigos me comentó que su profesor le dejaba ir a 150 km/h en la segunda clase, y que su profesor más de una vez iba algo bebido, o le utilizaba para hacer recados. No digo que no sea posible, casos hay, para qué mentiros.
Sin embargo, tengo la convicción de que en las autoescuelas, por norma general, enseñan, pero claro, el alumno también debe colaborar. ¿Cómo podemos explicarnos que haya noveles dando positivo en alcoholemia, sin cinturón en ciudad, adelantándonos cuando nuestra aguja marca 140 y cosas así?
Lo más probable es que todo eso se les dijo en su momento que no se podía hacer, y mientras estuvo el examinador en el asiento de atrás, ejecutaron con maestría su papel de niño bueno y obediente. Una vez estuvo en posesión del “rosa” o la tarjeta… pues a hacer puñetas, hablando mal y pronto.
El hecho de que haya un sistema represor y sancionador se debe a una única causa: hay conductores infractores. Si no hubiese excesos de velocidad, no se instalarían radares, sería tirar el dinero del contribuyente. Tampoco tendría sentido poner controles de alcoholemia si nadie da positivo, como a la salida de una embotelladora de agua mineral.
Los conductores somos los únicos responsables de que exista una persecución por parte de las autoridades, y esta persecución se ha hecho más patente según se han querido mejorar las escandalosas y vergonzantes cifras de accidentes de tráfico, heridos graves o muertos, así como todos los daños colaterales.
Unos dicen que es recaudación. Sin hecho infractor no hay sanción, sin sanción no hay recaudación. Lógica pura, pero no tenida en cuenta. Nos quejamos de que no hay educación vial, pero ¿nos la dieron y pasamos de ella, o en cambio nunca nos la han dado? Es que son conceptos diametralmente distintos.
Si todos pusiésemos en práctica lo aprendido en la autoescuela, apenas habría accidentes de tráfico, a nadie le multarían, pagaríamos seguros bajísimos, bajaría la contaminación, llegaríamos antes a nuestro destino y se podrían destinar recursos policiales a usos más útiles para la sociedad.
Ahora bien, tenemos lo que tenemos… porque somos como somos. A lo largo de nuestra vida hemos tenido, tenemos y tendremos gente que se esforzará en enseñarnos algo o perfeccionar nuestra técnica o conocimientos. Todo eso no servirá de nada si no queremos aprender. Luego en el futuro no busquemos culpables si el culpable somos nosotros mismos.
Muchas veces he leído en foros de Internet, conversaciones y demás que un día nos tendríamos que poner de acuerdo todo, cumplir las normas de tráfico y “joderles la recaudación”. Vale, os tomo la palabra, empezad cuando queráis, ¡¡estamos esperando!! Pero una vez lo hagáis, hacedlo a diario.
Saldríamos benefiados todos. Sería un necio si no admitiese que hay normas que cuesta respetar más que otras, como las de obras (sin nadie trabajando en ellas), los límites específicos de velocidad o el ámbar de los semáforos. Pero es que deberíamos cumplirlas todas, todos y todo el tiempo.
El conductor español es un especialista en culpar a otros. Todos nuestros problemas son siempre culpa de los demás, y son únicamente los demás los que sufren los accidentes, entorpecen el tráfico y encarecen el seguro. Muchos de nuestros problemas tienen un responsable, para hallarlo, hay que situarse delante de un espejo.
No culpo a mi autoescuela de ninguna de mis carencias como conductor, sería injusto.